martes, 3 de septiembre de 2013

Viaje al oriente

Todo ese año estuve planeando el viaje. No tenía que recorrer muchos kilómetros . Tampoco significaba un gran costo económico. Sólo tenía que tener en cuenta la forma en que me iba a presentar. Averigüé para viajar en buque, en lancha, y hasta pensé en ir en micro por el pase fronterizo de Entre Ríos, pero esa posibilidad la descarté por el corte del paso en modo de protesta por la instalación de las papeleras en Fray Bentos. Al fin, un amigo me convenció contándome de las ventajas que presentaba viajar en Buquebus. Recuerdo que en diciembre reservé un pasaje directo a Montevideo para febrero. Desde octubre empecé a investigar acerca de los carnets de periodistas, sus credenciales.
Me encontré con un muchacho que trabajaba en una radio no muy conocida y me facilitó credencial para disipar mis dudas. Le agradecí y le dije que debía una. Me sonrió y me contestó que no era para tanto.
A los pocos días fui a visitar a un amigo que sabía mucho de tecnología. Le pedí que me hiciera un carnet igual al que me habían prestado. Sólo faltó ponerle la foto mía porque no tenía un scanner en aquel lugar. Me mandó a un local que no estaba muy lejos y me dijo que vaya de parte suya. En ese lugar pusieron mi foto con el sistema de escaneo.
Para noviembre ya tenía mi credencial de periodista, falsa, por supuesto. Desde diciembre hasta enero me pase haciendo simulacros de entrevista, anotando las preguntas que haría. Hice como cuarenta entrevistas posibles, pero ninguna me convenció del todo.
Cuando llegó el mes de febrero tenía unos nervios que me sobrepasaban. Llevé un bolso no muy grande, dos pantalones, tres remeras y varios slips. Cuando llegué a Montevideo me di cuenta que no había reservado habitación en ningún hotel. Caminé mucho y averigüé en varios lugares, pero no había nada disponible. En una esquina vi a una mujer que estaba regando su vereda. Le pedí que me convidara agua. Yo estaba con una sed casi insoportable. Me dio un vaso con agua fría. Tomé y le comenté lo que estaba haciendo por allí; que andaba buscando un lugar para pasar unos días. La señora me ofreció una habitación que tenía vacía porque su hijo se había ido de vacaciones a Brasil. Acepté y le agradecí. Esa noche cené con la señora y con su marido, un hombre de muy pocas palabras.
Al otro día me levanté temprano y la pareja estaba tomando mate amargo con galletas en el patio de la casa. Les pregunté si conocían a la persona que yo andaba buscando. El hombre me respondió con un no rotundo, pero la mujer me dijo que preguntara en una biblioteca que estaba a pocas cuadras de allí. Agarré una lapicera, mi cuaderno espiral y salí. Caminé por varios minutos hasta llegar a la biblioteca. Iba mirando las fachadas de las casas viejas. Cuando llegué me atendió una muchacha muy bonita. De atrás del mostrador me dio la dirección de la casa del escritor. No me aseguró que se encontrara allí cuando yo llegara. Me recomendó que tomara un taxi, que era la forma más fácil de llegar. Me despedí, salí a la calle y tomé el segundo auto que pasó. Le dije a la dirección al taxista y me preguntó: “¿Va a la casa del escritor?”. Sí, voy a entrevistarlo, le contesté. Volvió a inquirir pero esta vez me advirtió: “Tiene que tener una entrevista pactada, porque si no ese viejo cascarrabias no atiende a nadie.” Mantuve la calma en mi cara, pero por dentro me sentí perdido. Bajé del auto y sus últimas palabras fueron una especie de advertencia: “Tenga cuidado con ese jovato, seguro le va a arruinar todo.”
Toqué la campana y recé. Pasó un buen rato y en el patio de la casa apareció una mujer mayor y se iba acercando al portón de entrada. Su paz al caminar era muy parecida al silencio. Se detuvo a unos metros y me preguntó qué era lo que necesitaba. Vine por la entrevista que pacté para hoy- le contesté. Noté una leve sonrisa en la señora. Me miró fijamente y me dijo que esperara, que iría a consultar si la entrevista estaba pactada para ese día. Cuando se fue pensé en Helena.
Volvió con sus pasos lentos, que hacían acelerar el latir de mi corazón. Le puse el capuchón a la birome, estaba por escribir en mi cuaderno lo siguiente: “Hoy no pude hacer la entrevista a…”, y la guardé en el anillado de mi cuaderno. No dijo palabra y abrió la puerta. Me hizo un gesto y pasé. Me dijo que la siguiera. Siguió un camino rodeado por pasto y por plantas. Llegó a la puerta de la casa principal pero dobló a su izquierda y la seguí. Giró a la derecha y cuando hice lo mismo vi al final del camino una casa pequeña hecha de troncos. Llegamos y tuve que volver a esperar. A los pocos minutos salió y me invitó a pasar. Toda esta situación provocó en mi una gran ansiedad y un desbordado nerviosismo.
Cuando puse un pie dentro de aquel estudio mi corazón golpeaba a mi pecho como un buen boxeador. En ese lugar había un silencio parecido a la lectura solitaria. Caminé detrás de la mujer por un largo corredor, y al final lo pude ver, era él. Estaba sentado tras un escritorio con libros, cuaderno y papeles. Con una leve sonrisa me recibió y me dijo: “¿Cómo anda, muchachito? ¿Qué inquietud te hizo cruzar el charco?”. Yo no podía hablar. Me quedé mudo por un largo instante. El notó esta situación y me dijo que me sentara. La mujer se puso a mi lado y me ofreció un vaso con agua. Bebía mientras lo miraba y pensaba -¿Será cierto?-. Cerré los ojos y respiré profundo. Cuando los abrí le dije: “Vine para confundir lo real con lo mágico, para hacer que mis horas puedan tener coraje, para que mi cuerpo, y sobretodo mi mente, usen sus alas. Vine, entre tantas otras cosas, para darle la mano.” Me miró y volvió a esbozar una leve sonrisa.

                                                                                  Durante 2010.



viernes, 25 de enero de 2013

Teoría (Tomo tres)




Tienes tantos túneles tapados.

Transcurres tu triste tiempo tapizando temores.

Tibia tu tinta teje títeres tontos. 

Tanteas tímido telas tiradas temiendo tonos totales. 

Terminas templando traiciones.

Tus tercos temas tuercen tu templo tenaz.